Una pareja de amigos tienen un hijo, Nicolás, apenas mayor a mi hija. El fin de semana nos invitaron para encontrarnos y llevar a los niños al parque. Noté algo muy particular que sucedió.
En el parque fuimos con los niños a una instalación que consiste en una escalera, un lugar para que los niños nos vean desde lo alto, y un puente. Esta estructura es común en los parques infantiles.

Mi hija quiere subir y Nicolás también. Yo dejo que mi hija suba, pero mi esposa quiere subir con ella. Suben a Nicolás al puente, pero su mamá quiere estar con él.
Los papás nos quedamos en el suelo.
La estructura tiene un hueco por el que los niños juegan a saltar y ser atrapados por los papás. Ese salto provoca susto de las mamás.
«¡Ay, no. Se va a caer!» Cierra los ojos, aprieta las manos, se agarra la barriga, se lanza hacia su bebé.
Los niños se lanzan sin problema y son atrapados por sus papás.
No le voy a dejar caer a mi hija, y estoy seguro que el papá no le va a dejar caer a Nicolás. Los papás sentimos temor por la seguridad, pero también hay algo dentro de nosotros que nos pide que nuestros hijos deben experimentar el peligro para que sepan identificarlo.
Los papás nos mostramos confiados, seguros, y queremos transmitir esa seguridad a nuestros hijos. Las mamás se angustian más fácilmente.
Pero los papás no decimos nada.
«Tranquila. Nuestra hija está segura en mis manos. Yo la protejo.»
Eso le quiero decir a mi esposa para calmarla, pero no lo hago. Hay algo más dentro de mí que evita que le diga a mi esposa que no debe temer, que nuestra hija necesita que ella le transmita seguridad.
Lo mismo hace el papá de Nicolás. Se queda callado como yo.
Luego se nos une otra pareja con su hija. La pequeña Valeria tiene la misma edad de mi hija.
Se repite la escena: la mamá va detrás de la niña para evitar que caiga, la niña correteando para jugar, el papá es un espectador y aparece cuando la niña se lanza para ser atrapada.
Ninguno de los papás dice algo a su pareja.
La seguridad que —espero— tenemos los papás para dejar que nuestros hijos exploren el mundo y se caigan, para luego ayudarles a levantarse, nos hace falta para decirles a nuestras parejas que nuestros hijos están bien.
Es un fenómeno que paradójicamente nos muestra la seguridad de los papás para dejar que nuestros hijos exploren el mundo, y al mismo tiempo muestra la inseguridad que tenemos para decirle a nuestras parejas que nosotros estamos a cargo, que no deben temer.
A veces creo que mi esposa tiene más razón que yo para evaluar el peligro al que mi hija puede estar expuesta. Creo que ella puede juzgar mejor el peligro. No quiero quedar como el papá sobreprotector, entonces dejo que ella lo sea.
Puede ser una de las diferencias entre papás y mamás en la crianza. Puede ser también que los papás no nos sentimos a cargo lo suficiente. Puede ser que nuestras parejas necesitan que les transmitamos esa seguridad que tenemos.
Puede ser que mi hija necesite que la dejemos explorar el mundo con más llibertad, que si se cae, se levanta.