Son las 7 de la mañana. Me levanto porque escuché a mi hija. Mi hija se despierta y me llama. Voy a su cuarto y la encuentro dando vueltas en su cuna. Está feliz. Me señala algo en el piso. Tomo la caja de sus juguetes y la alfombra para jugar. La coloco en el piso para que juegue.
Mientras la veo jugar, doblo la ropa que mi esposa recogió ayer. Mi hija está contenta con sus juguetes. Sí, ese es el hipopótamo Hilario – le digo.
Mi hija se detiene en su juego, se agacha y hace un sonido fácil de reconocer. Se hizo caca en el pañal. La recojo del piso y la llevo a mi cuarto para cambiarle.
La acomodo para cambiarle el pañal. Tomo un pañal nuevo, paños húmedos y papel higiénico. Estoy listo.
Mi hija tiene otros planes.
Abro el pañal y mi hija se retuerce de la incomodidad. Pienso que tener el trasero cagado debe ser algo incomodísimo.
Mija, colabórame. Déjame cambiarte el pañal. Le digo
Patalea. Se ensucia de caca el pie. Carajo – pienso. También me ensucié la mano.
Limpio todo. Pero sigue pataleando. Se voltea y casi se cae de la cama. Si no la sujeto de la pierna, se cae, se rompe la cabeza, se mata. Sería mi culpa por no ser buen padre. Todos esos desenlaces pasan por mi cabeza.
¡Caráspita, hijita! ¡Colabórame! – le digo con firmeza. Pienso palabras más fuertes, pero me las guardo. No creo que sea necesario putearle a mi hija de un año.
La visto de nuevo. Es hora del desayuno.
Mi esposa sirve la comida: fruta picada, yogur, arepa, queso. Mi hija no quiere comer.
Me toma de la mano y me señala que quiere caminar. Andamos el comedor, su cuarto, mi cuarto. Se frota los ojos.
¿Quieres comer frutita? Vamos a comer frutita.
La siento en una de las sillas del comedor. Se baja de la silla. La vuelvo a sentar. Ahora se voltea y busca a su mamá.
No me recibe la comida.
¿Quieres ver qué hace la mami? Está lavando los platos. Mírala.
La cargo en mis brazos, pero ella se quiere bajar. Pone sus pies sobre mi pecho y echa su cabeza para atrás. Se estira y casi se cae. Una vez más. Carajo – pienso de nuevo. Casi se me cae de los brazos.
Te voy a pegar – le digo.
A veces uno dice las cosas sin pensar. Analizo lo que acabo de decir, y sí, creo que lo dije en serio.

Hay una fuerza dentro de mí que quiere proteger a mi hija contra todo lo que la quiera dañar, incluso ella misma. A esa fuerza la llamo La Sombra de la paternidad. La Sombra es el Mr Hyde que emerge cuando mi hija está en peligro, que la salva, que la protege.
La llamo así para relacionarla con el arquetipo Jungiano de la Sombra. La Sombra, para Jung, representa los impulsos más primitivos. Es nuestro lado instintivo animal. Un sumatorio de nuestro pasado evolutivo.
La Sombra, como animal, debe ser domesticada. Debo poder calmarla y seguir teniendo el control. Quiero poder transmitirle a mi hija lo que yo siento. Si ella se hace daño, yo sufriré tal vez más que ella. La Sombra se domestica al expresar lo que siento, y con el reconocimiento de mis falencias.
Hay un silencio en casa. Mi esposa la sienta y mi hija come algo del desayuno. Yo solamente la cuido que no se caiga de la silla.
Vamos a jugar, mijita. Nos sentamos en la alfombra y jugamos a darle de comer choclito al lobo de peluche. Son las 9 de la mañana y ya es casi la hora del baño.