«Mira qué bebé tan pequeñita» era una de las frases que más escuchaba a las personas en la calle cuando veían a mi hija recién nacida. Me causaba una incomodidad indescriptible. Tenía ganas de voltearme y pedir que nunca más se acerquen a mi niña. Que se vayan. Tenía rabia. No contra las personas, sino con la palabra «pequeñita».
Estábamos en la semana 36, felices y ansiosos. Faltaban unas pocas semanas para que nuestra hija nazca. Era lunes y la ginecóloga nos atendió normalmente en la cita de control. Nos dió el pedido de ecografia, y en la ecografía el técnico que nos atendió nos dijo que estaba todo normal en el desarrollo.
Hasta que vió la edad gestacional.
Le pidió a mi esposa que se recostara de nuevo, y volvió a realizar la ecografía. Buscaba algo, se notaba nervioso y confundido. El desarrollo no correspondía a la edad gestacional. Nos dijo que volviéramos donde la ginecóloga.
Diagnóstico: Restricción de Crecimiento Intrauterino RCI.
Al siguiente día, martes, volvimos donde la ginecóloga. Respondió nuestra dudas, intentó tranquilizarnos y nos dijo que no debería ser nada grave, pero que se debía confirmar. Llamó a un colega al hospital y nos consiguió cita para el día siguiente.
El miércoles estábamos en el hospital, en la puerta de Urgencias esperando para ser atendidos. Le practicaron otra ecografía y se confirmó el diagnóstico. Inmediatamente mi esposa debía ingresar al hospital para una cesárea de emergencia.
En tres días nos cambió la vida.
Fui a casa, y preparé la maleta para mi hija y mi esposa. Esto no estaba planeado. Esto no debía ser así. Pero debíamos enfrentar esta situación. Era nuestro deber.
Descubrí así la paternidad: debía ser responsable ante la adversidad, debía cuidar a mi hija y a mi esposa. Reaccioné como muchos padres ante la adversidad y busqué saber contra qué nos enfrentábamos. Debía conocer a mi enemigo.
Hay diversas maneras de medir la edad gestacional. La que más se usa es la fecha de última menstruación. Según esta referencia, los bebés nacen «a término» entre las 36 y 40 semanas desde de la última menstruación. Y para controlar el crecimiento del bebé, en las ecografías se toma como parámetro la longitud del fémur del bebé. Y según esta medida se puede ubicar al bebé en un percentil de referencia.
Imaginen que toman al azar 100 bebés con la misma edad gestacional, y los ordenan del más pequeño al más grande. La posición que tiene el bebé dentro de este grupo de 100 es el percentil. Un bebé promedio estaría en la posición 50, uno pequeño en los primeros percentiles, y uno grande en los últimos.
Mi nena era normalmente pequeña, siempre las ecografías la ubicaban más o menos en el percentil 15. Lo que significa que en su vida sería una niña y una mujer bajita. Pero las últimas dos ecografías, estaba en el percentil 3, y luego disminuyó. Ya esto significaba que no sería solamente un problema de estatura en el futuro.
Desde la década de 1960 se reconoce que existe un grupo de recién nacidos que no alcanza su potencial de crecimiento, y que esto puede significar un incremento en la mortalidad perinatal, y una morbilidad infantil de corto y largo plazo. Lubchenco (1963) demostró que, para un nacimiento con cualquier edad gestacional, un peso por debajo del percentil 10 incrementa el riesgo de muerte dramáticamente. En general, para infantes nacidos entre las 38 y 42 semanas, se puede decir que la morbilidad y mortalidad perinatal aumentan de 5 a 30 veces si el peso al nacer está en un percentil menor al 10 (Resnik, 2012).
Mi hija estaba en un percentil menor a 1.
Nos preparábamos para que el jueves sea la cesárea de emergencia. El médico que atendió a mi esposa pidió otra ecografía ese día. Pidió que se tome especial atención al flujo de sangre en el cordón umbilical. El flujo estaba bien. Nos dijo que esperemos, y que mi esposa debía permanecer en el hospital unos 5 días para monitoreo. Estaba en «la sala de embarazadas de alto riesgo».
Durante los 5 días que mi esposa estuvo internada se monitoreaba periódicamente si habían contracciones. Antes de darle el alta le hicieron otra ecografía. Mi hija estaba bien aparentemente. Y, en lugar la cesárea, se programó un parto inducido para la semana 39.
¿Qué podíamos hacer en esos días para que nuestra bebé crezca? Nada. La ginecóloga nos decía que ojalá y tuviéramos una varita mágica para agarrar a mi hija de la cabeza y los pies para estirarla. Como papás no podíamos hacer nada. Tan solo esperar y estar listos.
Reconozco que el asunto de la restricción de crecimiento nunca salió de mi cabeza aún después del parto. Las primeras citas con la pediatra me causaban ansiedad, especialmente el momento de pesar y medir a mi bebé.
Al finalizar la cita de los dos meses de edad salí del consultorio de la pediatra e inmediatamente me puse a verificar si la estatura y peso de mi hija correspondían a su edad. Estaba en un percentil superior al 15. Abracé a mi hija y me puse a llorar de felicidad.
Curioso cómo una estadística podía significar tanto.
Hoy veo crecer cada día a mi hija y quiero no olvidarme de esta historia. Las dificultades aparecen en cualquier momento, y hay muchas en las que como papá no puedes hacer nada. Solo esperar y ver cómo tu hija las resuelve sola. De eso se trata la paternidad (o al menos así parece).
Referencias:
- Lubchenco, L. O., Hansman, C., Dressler, M., & Boyd, E. (1963). Intrauterine growth as estimated from liveborn birth-weight data at 24 to 42 weeks of gestation. Pediatrics, 32(5), 793-800.
- Resnik, R. (2002). Intrauterine growth restriction. Obstetrics & Gynecology, 99(3), 490-496.