Ser papá migrante – Parte 3 – Rômulo y Cibele

Todo lo que los papás pueden aprender con sus hijos.

Estaba ayudando a Romina, mi hija más joven, en el almuerzo. Era 2018, mi hija tenía 4 años, todavía no cumplía los 5. Estábamos en Porto Alegre, Brasil, pero ya sabíamos que íbamos a mudarnos de país. Después de 12 años en Brasil, regresaríamos, mi esposa y yo, junto a nuestras dos hijas, a vivir en Ecuador. Y ese era justamente el tema de nuestra conversación, o momento enseñanza-aprendizaje. 

Mi hija tenía en frente suyo un plato con una porción de arroz, dos brócolis y una presa de pollo. Fue en este instante que me preguntó:

  • Papá, ¿en Ecuador se habla en portugués?
  • No, mi amor. Sólo español.
  • ¿Y cómo voy a pedir mi comida? No sé hablar en español.

Entonces le pregunté:

  • ¿Quieres aprender ahora?

Sus ojos se llenaron de un brillo intenso como si todo un nuevo mundo se le presentara en frente. Seguido de un sonoro:

  • ¡Síííííí!

Y de esa forma empezamos la primera lección del idioma de Miguel de Cervantes. Como no tenía planeada ninguna clase, decidí empezar desde algo muy sencillo, concreto y aplicable a su realidad. Nada de conceptos abstractos o cosas distantes de sus necesidades. Entonces, miré su plato, ahí estaba el tema de la clase: su comida.

  • A ver, mi amor, ¿sabes cómo se dice brócolis en español? [En portugués, el sustantivo brócolis es invariable y presenta solamente su forma plural. Por ejemplo: um brócolis, dois brócolis, três brócolis etc.]
  • ¡No, papá!
  • Se dice: brócoli. Sin el sonido /-ssssssss/al final. 

Forcé la pronunciación para que se diera cuenta de lo que le estaba queriendo enseñar. Y ella repitió:

  • Brócoli.
  • ¡Muy bien, mi hija! ¡Ya sabes pedir brócoli!

No satisfecha con solo esa información, quiso aprender más.

  • ¿Qué más puedo aprender, papá? 
  • A ver… déjame pensar… 

Ella me miraba y miraba su platillo como indicándome para que le pregunte sobre otro alimento que tenía en frente. ¿Sabes cómo se dice arroz?

Ella sin parar para pensar inmediatamente me contesta:

  • ¡ArrOOOO!

No puso el sonido sibilante /-z/ al final, pues lógicamente la referencia que tenia era la de la palabra anterior en la cual se omitió el mismo sonido.

Tuve muchas ganas de reírme, pero sabía que no podía. ¡Me aguanté! Si lo hiciera, generaría quizás el efecto opuesto a mis objetivos de que siguiera curiosa por aprender. Apenas le dije un “¡Muy bien! Ya estás hablando en español”.

Creo que en este momento me puse a reflexionar y me generó una ligera preocupación sobre cómo sería para las niñas todo el proceso que pronto íbamos a pasar. En algunos meses dejarían sus compañeros de escuela, sus amistades en el barrio con quienes compartían su desarrollo. Tendrían que aprender a comunicarse en un nuevo idioma, a buscar nuevas amistades con quienes jugar y compartir. Es decir, en pocos instantes, se me generó toda una inseguridad. No sabía si salir de Brasil sería la mejor decisión. 

Esa situación me quitó muchas horas de sueño, a punto de volverse una preocupación constante. Me imaginaba a mis hijas ya adolescentes acusándome de haberles destruido sus vidas, haber echado todo a perder por la mala decisión de salir de Brasil. Todo un drama. Una verdadera pesadilla.

Hoy, vivimos en Quito, Ecuador, hace un año y medio. Romina festejó su sexto cumpleaños aquí. Le preparamos un pastel, dulces y bocaditos brasileros, y quiso llamar a sus compañeras de escuela para compartir, jugar, bailar y enseñarles palabras y músicas en portugués. Estuvo super divertido. A nosotros también nos encantó conocer a los papás de las amigas de nuestra hija.

Después de eso, me di cuenta de que fue infinitamente más fácil para las niñas adaptarse a la mudanza que lo que se me hizo a mí. Ellas ingresaron a la escuela y al siguiente día ya tenían un par de niños y niñas para enseñarles el idioma, los juegos, los bailes. En dos semanas ya teníamos tres niñas realizando una pijamada en nuestra casa con colchonetas en la sala, pastel y helado por toda la casa. Es decir, Romina y Victoria – mi hija mayor – me enseñaron que no hay que preocuparse, solo relajarse y disfrutar los nuevos descubrimientos.

Rômulo y Cibele son papás de Victora y Romina. Viven en Ecuador desde 2018.

Rômulo y Cibele son papás de Victora y Romina. Viven en Ecuador desde 2018.