Ser papá migrante – Parte 2 – Valentina y Eduardo

Ser madre (y padre) migrante

La decisión de emigrar implica un desarraigo a lo que conocemos, lanzarnos a un vacío del que pocas veces tenemos control y aferrarnos a la idea de que todo va a salir bien. Que el cambio es positivo, que siempre estaremos mejor que como estamos ahora. Tomar la misma decisión cuando somos padres es mucho más difícil, pero a veces, es la única motivación para decidir dejarlo todo, ya sea por la perspectiva de tener un futuro mejor para una familia que aún no tenemos, o para darle una esperanza de mejores condiciones de vida a la familia que ya está.

La decisión de migrar vino por la búsqueda de posibilidades de crear las condiciones que permitieran educar y criar a nuestro primer hijo de la manera en que deseábamos. Sin preocuparnos por limitarle su formación, ni su desarrollo, ni su futuro. Fue él el principal impulso para en un mes dejarlo todo y viajar lejos de sus raíces y que viva desde bebé en un contexto que no era el suyo, pero buscando como mantener su identidad. Educarlo a respetar dos banderas: la suya y la del país donde decidimos emigrar (tres banderas si es que contamos la mía y la de mi esposo). Implica enseñarle un idioma que no era el suyo originalmente. Que se integre a una sociedad diferente a la del país donde nació.

Siendo yo misma hija de emigrantes, pude ver en primera persona cómo mi madre nunca fue aceptada en el contexto donde yo nací. Por suerte, en los países donde he podido vivir, no he tenido situaciones de discriminación, pero aprendí a respetar todas las diferencias culturales. El desafío es sentirme capaz de educar a mis dos hijos como ciudadanos del mundo, con valores que trasciendan los idiomas, con el respeto a la multiculturalidad. Teniendo tres nacionalidades en nuestra casa implica aceptar todas las diferencias que podría haber por cada una de las culturas de los países donde hemos formado nuestra familia. Para nuestros hijos quiere decir darles un espacio para sus identidades, y aceptar otras identidades; comprendiendo que las fronteras están en nuestras mentes, en nuestras limitaciones, en nuestras capacidades.

No sé si este será el último país donde viviremos, pero hay dos ideas importantes que siempre llevo conmigo: nuestro país está donde se encuentran las personas que amamos, por tanto, el respeto y amor a la familia es fundamental; y estamos bien sólo si nuestros hijos están bien. Tener ambos pensamientos presentes, nos libera de los países y nos centra en lo que realmente importa: la felicidad de nuestros hijos, el bienestar de nuestra familia, la sensación de que, si estamos juntos, todo es posible.

Valentina y Eduardo viven en Ecuador y son papás de Dudu y Miguel.